San Pedro Crisólogo

Doctor de la Iglesia y Obispo de Roma

Como prelado, Pedro se distinguió por su actividad como constructor de edificios sagrados y como consejero de la emperatriz regente, Gala Placidia. Ambos se estimularon en la devoción hacia la memoria de los santos. En 445 expiró en brazos de Pedro el obispo de Auxerre, San Germán, a quien, de paso por Ravena, llamó a la gloria.

Pero sobre todo sobresalió Pedro como predicador. Su celebridad, el titulo de "Doctor de la Iglesia" que el papa Benedicto XIII le otorgó en 1729, proviene de sus sermones, que han llegado hasta nosotros.

Fué elegido más tarde para gobernar la iglesia de Rávena. Como obispo sobresalió por su celo apostólico y por la altura y piedad de su predicación, lo que le valió el sobrenombre de "crisólogo": palabra de oro.

Su sermonario clásico consta de 176 piezas, de las cuales hay que rechazar ocho como no auténticas (las números 53, 107. 119, 129, 135, 138, 149 y 159); en cambio, a la colección de los sermones genuinos hay que añadir otros catorce, editados en lugares muy distintos. La mayor parte de estos discursos sagrados son homilías sobre determinadas pericopes evangélicas. Seis sermones comentan otros tantos salmos (son los únicos textos del Antiguo Testamento a los que nuestro predicador ha dedicado expresamente unos comentarios). Doce explican varios pasajes de las epístolas de San Pablo. Siete son explanaciones del símbolo de la fe y seis de la oración dominical; están dirigidos, por consiguiente, a los catecúmenos. Hay, además, algunas series de sermones heortásticos, parte homiléticos, parte no, mezclados con exhortaciones al ayuno, panegíricos de santos y otros discursos circunstanciales, principalmente los pronunciados con motivo de consagraciones episcopales.

El estilo de Pedro es retórico, académico. Sus discursos acusan una preparación esmerada; Pedro no decía nada que antes no hubiese escrito, estudiado, aprendido. Le falta la espontaneidad, la naturalidad de un Agustín, por ejemplo.

A pesar de todo, en sus frases, llenas de figuras retóricas y de sentencias, de juegos de palabras, de redundancias y pleonasmos, terminadas siempre con cláusulas rítmicas, se refleja el talento del orador. El retoricismo, sin duda decadente, de Pedro, que en la primera mitad de la Edad Media le mereció el sobrenombre de "Crisólogo" (palabra de oro o también el que dice oro), no es suficiente para ahogar el calor humano y el fervor divino que desprenden las palabras de nuestro santo predicador.

San Pedro Crisólogo predicó entre los concilios de Efeso y de Calcedonia. Por eso es natural que sus discursos estén saturados de las preocupaciones cristológicas de la época. Creemos que este aspecto es el más interesante de los sermones. Mas no hay que olvidar que Crisólogo no es teólogo propiamente dicho. En las exhortaciones se refleja, ante todo, la preocupación pastoral del obispo de Ravena. En este sentido sus palabras son realmente el espejo de su santidad. Si algún epíteto hubiese que darse a este orador, el más apropiado seria el de "Doctor del amor paternal de Dios". Es característica, por ejemplo, la afición que manifiesta por la idea, que continuamente está repitiendo, de que Dios prefiere ser amado que temido. Su mariología está impregnada de un verdadero lirismo; lo que él dice de la Santísima Virgen, con unas exuberancias de conceptos que parecen preanunciar las bizantinas, no tienen parangón en la literatura patrística.

Pedro murió el 3 de diciembre del año 450. Según la tradición, fue a morir a su patria, junto al sepulcro del mártir San Casiano. De hecho, actualmente su sepulcro se venera en la cripta llamada de San Casiano, de la catedral de Imola.

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