San Juan Crisóstomo

Obispo y Doctor de la Iglesia


San Juan Crisóstomo es uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia de Oriente. Predicador de gran elocuencia al que se le atribuye, a partir del s. VI, el sobrenombre de "Boca de oro" (Crisóstomo). Declarado Doctor de la Iglesia por S. Pío V en 1568, su fiesta se celebra el 13 de septiembre.

Nace en Antioquía entre el 344 y el 354 y muere en Comana, el Ponto, el 13 de septiembre del 407.

Era hijo de una familia cristiana y contaba con ascendencia tanto latina como griega. El padre de Juan murió siendo él un niño. Desde entonces su madre le dio una profunda formación cristiana y estudió filosofía y retórica.

A los 18 años se convirtió en el acompañante del obispo de Antioquía, Melecio. Pero, al recibir el bautismo pasados tres años, decidió retirarse al desierto. Estuvo allí durante seis años hasta que, debido a problemas de salud, volvió de nuevo a la ciudad de Antioquía.

Una vez allí, es ordenado diácono en el 381 y sacerdote en el 386. Durante su labor sacerdotal demuestra una conducta intachable iluminando al pueblo con su sabiduría y doctrina. En el 397 muere el obispo de Constantinopla y es elegido para sucederle, siendo consagrado a principios del 398 por Teófilo, Patriarca de Alejandría.

San Juan empezó enseguida con su trabajo episcopal. En primer término realizó una reforma del clero. Mas tarde se dedicó al asunto económico e hizo desaparecer los dispendios inútiles de su iglesia y recortó los excesivos bienes pertenecientes al obispo. Exhortó también a las viudas y a los ricos para que supieran vivir según su estado.

Se dice que gracias a esta intensa labor "los partidarios de toda clase de espectáculos, abandonados los atrios del diablo, iban a las estancias del Salvador atraídos por la dulzaina del pastor que amaba a las ovejas»(Dial. Hist. 5: PG 47,21).No pretendía dedicarse mas que a su labor episcopal. Sin embargo, por petición del emperador Arcadio soluciona un problema con unos rebeldes. A partir de entonces, y guiados por la envidia, sus contrarios le echan en cara el haber actuado fuera de su jurisdicción. Además, sufriendo estas calumnias, ha de solucionar un problema entre un colaborador suyo y otro obispo.

Desde ese momento todo eran intrigas contra San Juan Crisóstomo. Primero lo intentó el patriarca Teófilo, ya que él no había accedido a la sede episcopal de Constantinopla. El patriarca reunió en un sínodo a todos los obispos que eran contrarios a San Juan, 36 en total. Allí decidieron pedir al emperador la deportación del obispo de Constantinopla y así lo hicieron. El emperador accedió y firmó. Sin embargo, la emperatriz consiguió de su marido el regreso del Crisóstomo. Durante dos meses fue todo bien hasta que, en la fiesta de San Juan Bautista, pronunció una homilía en la que la emperatriz se vio interpelada y humillada. Debido a este suceso, los contrarios a San Juan pidieron a la mujer del emperador la deportación del santo obispo. Nuevamente fue deportado, pero esta vez a Armenia. Sin embargo, los obispos enemigos de San Juan estaban molestos por las peregrinaciones de los antioquenos a Armenia. Ante esta situación pidieron que fuese desterrado a Pitio. Así se hizo, pero durante el camino, estando en Comana, en el Ponto, San Juan murió diciendo: "Gloria a Dios por todo". En el 438 su cuerpo fue llevado a Constantinopla y enterrado en la iglesia de los Apóstoles.

Escritos

Los escritos de San Juan son sobretodo homilías y algunos tratados. Cabe destacar la abundancia de escritos que produjo el Crisóstomo.

En sus homilías veterotestamentarias comenta ampliamente el Génesis, algunos capítulos de los libros de los Reyes, algunos Salmos y a los profetas en general pero especialmente a Isaías. Existen algunos fragmentos sobre Job, Proverbios, Jeremías y Daniel que no se ha autentificado que sean de San Juan.

Ya en sus homilías novotestamentarias comentó los evangelios de San Mateo y San Juan, los Hechos de los Apóstoles y prácticamente la totalidad de las epístolas. Hay que destacar el carácter de defensa contra los arrianos que tienen algunas de sus homilías.

Pero San Juan no se dedicó solo a comentar las Sagradas Escrituras, sino que tiene también muchos sermones de temas variados. Unos son de carácter dogmático-polémico, otros son para las catequesis bautismales, cuenta también con discursos morales, sermones contra el ocio y los juegos. También se encuentran entre sus escritos algunos panegíricos a favor de los santos, homilías para las fiestas litúrgicas y demás discursos de circunstancia.

Además de homilías, S. Juan también escribió una serie de tratados. Dos de ellos son apologéticos y todos los demás son ascético-morales. Los tratados le ocupan casi todo el tiempo de su vida como anacoreta.

Por último, entre sus escritos se cuentan también las cartas, escritas la mayoría durante su segundo destierro y de las cuales se conservan unas 236.

Comentarios destacados:    La Gracia se les ofrece a todos, pero es aceptada por unos, rechazada por los demás: "¿De dónde procede que éstos sean vasos de cólera y aquéllos sean vasos de misericordia? De la propia voluntad de cada uno. Dios, infinitamente bueno, manifiesta la misma condescendencia para con todos; no solamente ha tenido piedad de los que se salvan, sino también de Faraón. . . Pero si Faraón no ha sido salvado, esto no ha dependido sino de él: no ha recibido menos que los demás" (Hom. XVI, sobre Ep. A los Rom.).

Gracia indispensable, no solamente en las dificultades, y en los peligros, sino hasta en las circunstancias más triviales de la vida: "El bien depende de nosostros, pero también depende de Dios". Es necesario primeramente que nosotros escojamos el bien; y cuando hemos escogido, Dios nos concede lo que procede de El (Hom. XIV sobre Ep. A los Rom. Hom. I sobre Ep. A los Ef.; Hom. XII sobre Ep. A los Heb.; Hom. X sobre S. Juan).

Como moralista cuidadoso de estimular el esfuerzo de sus oyentes, San Juan Crisóstomo pone el énfasis spbre la parte de la libertad humana más que sobre la de la Gracia divina en la iniciativa del bien. Pero no trataba esta cuestión exprofeso; y este arduo problema no había de ser abordado y resuelto sino en poco más tarde por el Doctor de la Gracia, San Agustín.

Llamado el "Doctor de la Eucaristía", San Juan Crisóstomo afirma primeramente la identidad del cuerpo de Cristo en este sacramento y en la realidad histórica: "Cristo está presente: el mismo Cristo que otrora hizo poner la mesa de la Cena, ha puesto ésta para vosotros. No es un hombre quien hace que las ofrendas se conviertan en el cuerpo y en la sangre de Cristo,sino ciertamente Cristo mismo crucificado por nosotros. Allí está el sacerdote que lo representa y pronuncia las solemnes palabras, pero el poder y la Gracia de Dios son las que operan: 'Este es mi cuerpo', dice El. Estas palabras transforman las obleas. . . Estas palabras no han sido dichas sino una sola vez; y desde ese día hasta ahora, hasta el retorno del Salvador, en cada altar, en las iglesias, realizan el sacrificio perfecto" (Hom. LXXXII sobre San Mateo, Hom. I sobre la traición de Judas). "Cristo no se contentó con mostrarse a quienes lo deseaban; se ha dejado tocar, comer, triturar entre los dientes, asimilar" (Hom. XLVI sobre S. Juan). "Que sus palabras se impongan a nuestro razonamiento y a nuestos sentidos. . . No veamos solamente lo que está bajo nuestras miradas, sino que tengamos presentes las palabras de Cristo. Así es que una vez que sus palabras han dicho: "Este es mi cuerpo", rindámonos, veamos su cuerpo con los ojos de la inteligencia" (Hom. LXXXII sobre S. Mateo). "Lo que está en el cáliz es eso mismo que brotó del costado de Cristo y de eso es de lo que participamos.

". . . Cuando se os presente el cuerpo de Cristo, decíos a vosotros mismos: este es el Cuerpo que azotado con varas y traspasado por clavos no ha sido presa de la muerte: este es el Cuerpo ensangrentado, traspasado por la lanza, del que han manado las fuentes saludables para toda la tierra. . . Y este Cuerpo nos lo ha dado El a tomar en nuestras manos, para comer. . . acto de amor infinito" (Hom. XXIV, sobre Ep. I Cor.; Hom. III sobre Ep. a los Ef.) Por lo demás, a pesar de las expresiones realistas, el Santo Doctor sabe muy bien que el cuerpo de Cristo no es ni triturado ni fraccionado por la comunión eucarística (Hom. I sobre S. Mat, Hom. XVII sobre Ep. a los Heb.).

La Eucaristía es un verdadero sacrificio, figurado por los de la Antigua Ley, y cuya única Víctima es desde ahora el Cristo Salvador: "Ofrecemos siempre el mismo Holocausto, no ahora un cordero y mañana otro, sino siempre el mismo, de suerte que no hay sino un solo sacrificio" (Hom. XVII sobre Ep. a los Heb., Hom. XXI sobre los Hechos de los Apóstoles).

En cuanto a la Penitencia, consiste esencialmente en la contrición de los pecados, sin la cual penas eclesiásticas y el sacramento mismo no sería sino irrisión: "Hemos expiado durante mucho tiempo ¿decís vosotros? ¡Ah! Se trata ciertamente de duración. Pero es la rectificación del alma lo que yo busco. Mostradme que estáis arepentidos, que habéis cambiado, y todo está dicho. Pero si no hay nada de esto, de nada sirve el tiempo. No preguntemos si la herida ha sido curada a menudo, sino si la curación ha producido el efecto. . . El momento de dar de alta al herido lo indica su estado" (Hom. XIV sobre Ep. II a los Cor.).

¿Es indispensable la confesión auricular y habitualmente practicada? Ciertas frases podrían hacer dudar de ello: "Las enfermedades y las heridas de las almas no se ven; no vienen por sí mismas al conocimiento del Obispo. A menudo el mal está oculto para él; porque ninguno de entre los hombres sabe lo que pasa en el hombre si no es el espíritu delhombre que está en él" (Del Sacerdocio, II 2-4). Por lo demás, las frecuentes exhortaciones a no disimular al hombre las faltas que no escapan a la mirada de Dios, a aplicar sin temor a las faltas secretas mismas los remedios de la penitencia parecen suponer una acusación (Hom. XXIV sobre S. Juan). Más explícita quizá la siguiente observación: " Para el obispo, una vez adquirido el conocimiento del mal, el embarazo aumenta: allí se puede ligar, castigar, cortar, quemar, pero la eficacia del remedio depende más del enfermo que del médico" (Hom. III, sobre la Penitencia). Entre las acusaciones hechas a San Juan Crisóstomo por sus adversarios en el Concilio de la Encina figura la de mostrarse demasiado laxo en la admisión de los pecadores a la penitencia. Pero si se recuerdan sus exigencias concernientes a la sinceridad de la contrición, no se le podría reprochar una indulgencia excesiva ni un "estímulo para pecar".

San Juan Crisóstomo no parece haber reflexionado en los privilegios y en la eminente dignidad de la Santísima Virgen María. Reconoce en Ella, ciertamente, a la Madre de Cristo, muy honrada por si Divino Hijo; pero también una persona humana sujeta como todas las otras a muchas imperfecciones.

Santo Tomás de Aquino, que cita muchas de estas alusiones, no teme concluir de esta manera: "Cuando habla en estos términos, el Crisóstomo yerra" (S. T. III, q. XXVII, art. 4, ad 3m).

"Juan había nacido arador, y desde sus principios conquistó y encantó al pueblo de Antioquía. Ciertamente es él uno de los más grandes entre todos los maestros de la palabra, tanto profana como sagrada. Tiene desde luego una facilidad prodigiosa, y de ello podemos darnos cuenta todavía ahora, porque sus Homilías, que de ordinario no se tomó el trabajo de revisar, manifiestamente se ve que son admirables improvisaciones. Toda su abundante palabra está llevada por un movimiento rápido, colorido y animada por una viva pasión. El período no es recogido y vigorosamente condensado como el período latino y como el de Demóstenes: por el contrario, se desenvuelve por grados sucesivos, con reanudaciones imprevistas, con un cierto descuido, pero un descuido lleno de gracia".

De cierta falta de construcción lógica, a veces de cierto desorden, de digresiones o paréntesis que los teóricos no dejarían de reprochar en los discursos de San Juan Crisóstomo, el autor mismo se justifica: "Si trato de tantas cosas en cada uno de mis discursos, si los varío sin cesar, es que quiero que cada quien tenga su palabra, que tenga su presa, y que nadie vuelva a su casa con las manos vacías" (Hom. XXIII, sobre S. Juan). Así se explica que 130l interrumpa el hilo de las ideas, un día para interpelar a oyentes extraños que acaba de descubrir repentinamente, otra vez para apostrofar a la asistencia que se deja distraer un momento por los sacristanes que están encendiendo las lámparas.

Aparte de los fieles ávidos de la palabra de Dios, los espíritus curiosos se encantaban con las ideas inesperadas, con las imágenes pintorescas, las anécdotas placenteras; y los amantes del bello lenguaje abrevaban en " este cristiano de Siria junto al cual todos los helenos de su tiempo no eran sino bárbaros" (Willamowitz-Mollendorff)...............

 La Oración en las Sagradas Escrituras y en los Santos Padres
Autor: San Juan Crisóstomo

Por la oración se alcanza la felicidad

1. Por dos razones conviene que admiremos a los siervos de Dios y los reputemos felices: porque pusieron la esperanza de su salvación en las santas oraciones, y porque conservando por escrito los himnos y adoraciones, que con temor y gozo tributaron a Dios, ríos transmitieron también a nosotros su tesoro, para poder arrastrar a su imitación a la posteridad. Porque es natural que pasen a los discípulos las costumbres de los maestros, y que los discípulos de los profetas brillen como imitadores de justicia, de suerte que en todo tiempo meditemos, roguemos, adoremos a Dios, y ésta tengamos por nuestra vida, ésta por nuestra salud y alegría, éste por el colmo y término de todos nuestros bienes, el rogar a Dios con el alma pura e incontaminada. Porque como a los cuerpos da luz el sol, así al alma la oración. Si, pues, para un ciego es grave daño el no ver el sol, ¿qué clase de daño será para un cristiano el no orar constantemente, e introducir en el alma por la oración la lumbre de Cristo? 

Excelsa dignidad del hombre que ora

2. ¿Quién hay que no se espante y admire del amor que Dios manifiesta a los hombres cuando libremente les concede tan grande honor que no se desdeña de escuchar sus preces y trabar con ellos conversación amigable? Pues no con otro, sino con el mismo Dios hablamos en el tiempo de la oración, por medio de la cual nos unimos con los ángeles y nos separamos inmensamente de lo que hay en nosotros común con los brutos irracionales. Que de ángeles es propia la oración, y aun sobrepuja a su dignidad, puesto que mejor que la dignidad angélica es hablar con Dios. y que como digo, sea mejor, ellos mismos nos lo enseñan al ofrecer a Dios nuestras súplicas con gran temor (Ap. 5, 8), haciéndonos ver y aprender de este modo que es razón que cuantos se acercan a Dios, lo hagan con gozo sí, pero también con temor. Con temor, temblando no seamos dignos de la oración, y llenos al mismo tiempo de gozo por la grandeza del honor recibido. Pues de tal extraña y singular providencia se reputa el género humano, que podemos gozar continuamente de la conversación con Dios, por medio de la cual, hasta dejamos de ser mortales y caducos; pues mientras por una parte permanecemos mortales por naturaleza, por la otra, con la oración y conversación con Dios nos trasladamos a una vida inmortal.
En efecto: es necesario que quien conversa con Dios llegue a ser superior a la muerte ya toda corrupción; y así como es absolutamente parecido que quien goza de los rayos del sol esté alejado de las tinieblas, del mismo modo es necesario que quien disfruta del trato divino no sea ya mortal, porque la misma grandeza del honor le traspasa a la inmortalidad. Pues si es imposible que los que hablan con el emperador y son de él estimados sean pobres, muchísimo más lo es que los que ruegan a Dios y le hablan tengan almas expuestas a la muerte. La oración es la fuente y origen de la virtud
3. Pues la muerte de las almas es la impiedad y la vida sin ley; como al contrario, su vida es el servicio de Dios y el modo de obrar conforme a El.
Cierto es que la vida santa y conforme al servicio de Dios, claro está que la oración la produce y maravillosamente la guarda como un tesoro en nuestras almas. Porque sea que uno ame la virginidad, sea que se esfuerce por guardar la moderación propia del matrimonio, o por superar la ira, o por familiarizarse con la mansedumbre, o por vencer la envidia, o por cumplir cualquier otro deber, teniendo por guía a la oración que le vaya hallando la senda del modo de vivir que haya escogido, hallará expedita y fácil la carrera de la piedad. 

Nos conviene obedecer a Dios

4. Porque no es posible, no, que los que piden a Dios el don de la templanza, de la justicia, de la mansedumbre, de la virginidad, no consigan lo que piden. Porque, pedid, dice, y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla, y al que llama a la puerta se le abrirá" (Mt. 7; Lc. 11).
Y aun añadió de nuevo: ¿Quién de Vosotros hay, que si su hijo le pide pan, le dé una Piedra, ¿ O si le pide un pez le dé una serpiente ? ¿O si le pide un huevo le dé un escorpión? Pues si Vosotros siendo malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará el Espíritu bueno a los que se lo pidan? (Ibíd).
Con tales palabras nos exhortó a la oración el Señor de todo lo creado, ya nosotros nos conviene vivir siempre obedientes a Dios, ofreciéndole himnos de alabanza y oraciones con mayor cuidado del culto divino que de nuestra propia alma; porque así podremos vivir siempre una vida digna de hombres. Porque el que no ruega a Dios, ni ansía gozar constantemente de la divina conversación, está muerto y sin alma, y no tiene del todo sano el juicio; porque ésta es la mayor señal de insensatez: el no conocer la grandeza de este honor, ni amar la oración, ni tener por muerte del alma el no postrarse delante de Dios.

La oración es la vida del alma

Pues claro está que así como a este nuestro cuerpo, cuando le falta el alma queda fétido, así cuando el alma no se mueve a sí misma a la oración, muerta está ya, miserable y corrompida.
5. Y que se deba tener por más acervo que cualquier muerte el verse privado de la oración, hermosamente nos lo enseña el gran profeta Daniel, al elegir antes la muerte que estar por sólo tres días privado de la oración; pues no le mandó el rey de los persas cometer ninguna impiedad, sino quiso ver tan sólo si en el espacio de tres (treinta) días se hallaba alguno que pidiese nada a ninguno de los dioses, si no era al mismo rey i (Dan. 4). Porque si Dios no se inclina hacia nosotros, ningún bien descenderá a nuestras almas; pero el inclinarse Dios a nosotros maravillosamente olvidará nuestros trabajos, si nos ve amar la oración y rogar constantemente a su Majestad, y tener puesta ¡nuestra esperanza en que allí han de descender a nosotros todos los bienes.)

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