VIDA DE JEAN-PIERRE DE CAUSSADE

24.10.2021

1.- La fe de los humildes servidores. (02 oct 2016).

Encontrar la bondad de Dios, tanto en las cosas más pequeñas y ordinarias como en las más grandes, es tener una fe nada común, sino grande y extraordinaria. Contentarse con el momento presente es saborear y adorar la voluntad de Dios en todo lo que hay que hacer y sufrir, en las cosas que por su sucesión constituyen el momento presente. Las almas sencillas, gracias a su fe viva, adoran a Dios en los momentos más humillantes; nada se esconde a su mirada de fe, nada los desconcierta ni los disgusta.

María verá huir a los apóstoles, ella permanecerá firme al pie de la cruz y reconocerá a su Hijo desfigurado por las llagas y los salivazos. La vida de fe no es otra cosa que seguir a Dios a través de todos los disfraces que parecen desfigurado, destruido, aniquilado. Esta es a vida de María, que desde el establo hasta el Calvario permanece fiel a Dios que es desconocido por todo el mundo, abandonado y perseguido. Del mismo modo, las almas de fe atraviesan una serie de muertes, de velos de sombras y de apariencias que hacen la voluntad de Dios irreconocible. Estas almas aman la voluntad de Dios hasta la muerte en cruz. Saben que hay que dejar atrás las sombras y correr hacia el sol divino. Desde la salida del sol hasta su ocaso, a pesar de las nubes oscuras y espesas que lo esconden, este sol irradia, calienta y abrasa a las almas fieles.

2.- ¡Es el Señor! (06 abr 2018).

Después de su resurrección, Jesucristo, en sus apariciones, sorprendía a sus discípulos, se presentaba a ellos bajo figuras que le disfrazaban y tan pronto como se daba a conocer desaparecía. Este mismo Jesús que está siempre vivo y operante sorprende a las almas que no tienen una fe suficientemente pura ni profunda. No hay ningún momento en el que Dios no se presente bajo alguna pena, alguna obligación o algún deber. Todo lo que se realiza en nosotros, alrededor e nosotros y a través de nosotros encierra y esconde su acción divina que, aunque invisible, hace que siempre nos veamos sorprendidos y que no conozcamos su operación más que cuando ya no subsiste.

Si rompiéramos el velo y si estuviéramos vigilantes y atentos, Dios se nos revelaría sin cesar y gozaríamos de su acción en todo lo que nos acontece. Frente a cada acontecimiento, diríamos: ¡Es el Señor! Y en todas las circunstancias veríamos que recibimos un don de Dios, que las criaturas no son más que débiles instrumentos, que nada nos faltaría, y que el constante cuidado de Dios hacia nosotros le lleva a darnos lo que nos conviene. 

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