SAN GERMAN DE CONSTANTINOPLA
01.-
El trono de la cruz.
(25 mar 2016)
El madero de la cruz sostiene al que creó el universo. Padeciendo la muerte para que yo tenga vida, aquel que sostiene el universo está clavado en el madero como un muerto. Aquel que con su aliento infunde vida a los muertos exhala su espíritu desde la cruz. La cruz no le avergüenza, sino que es el trofeo que da testimonio de su victoria total. Está sentado como juez justo en el trono de la cruz. La corona de espinas que lleva en la frente atestigua su victoria: Tened ánimo, yo he vencido al mundo y al príncipe de este mundo, llevándole pecado del mundo.
Las mismas piedras del Calvario, donde según una tradición antigua fue enterrado Adán, nuestro primer padre, levantan su voz para testimoniar el triunfo de la cruz. Adán, ¿dónde estás?, grita de nuevo Cristo en la cruz. "He venido hasta aquí en tu busca, y para poderte encontrar he extendido los brazos en la cruz. Con las manos extendidas vuelvo al Padre para darle gracias por haberte encontrado, luego mis brazos se extienden hacia ti para abrazarte. No he venido para juzgar tu pecado, sino para salvar por mi amor a todos los hombres. No he venido para declararte maldito por tu desobediencia, sino para bendecirte por mi obediencia. Te cubriré con mis alas, encontrarás refugio en mi sombra, mi fidelidad te cubrirá con el escudo de la cruz y no temerás el espanto nocturno, porque conocerás el día sin ocaso"
02.- Eleva a la gloria del cielo, con su alma y su cuerpo. (15 ago 2020)
Templo viviente de la divinidad santísima del Hijo único, Madre de Dios, tu asunción no te ha alejado de los cristianos. Sigues viviendo de manera imperecedera y, sin embargo, no permaneces lejos de este mundo perecedero; al contrario, estás cerca de los que te invocan, y los que te buscan con fe te encuentran. Era necesario que tu espíritu quedara para siempre fuerte y viviente, y que tu cuerpo fuera inmortal. En efecto, ¿cómo la disolución de la carne hubiera podido reducir tu cuerpo a polvo y ceniza cuando tú has liberado al hombre de la ruina de la muerte por la encarnación de tu Hijo?
Un niño busca y desea a su madre, y a la madre le gusta vivir junto a su hijo: de la misma manera, puesto que llevabas en tu corazón un amor maternal a tu Hijo y a tu Dios, era normal que volvieras junto a él, y Dios, a causa de su amor filial hacia ti, debía muy justamente hacerte participar de su condición. Así, muerta de las cosas perecederas, has emigrado a las moradas imperecederas de la eternidad en donde resides junto a Dios, con quien compartes desde ahora la vida. Tú has sido su morada corporal y ahora es él quien, a cambio, se ha hecho la mansión de tu descanso.