SAN FRANCISCO JAVIER AZPILICUETA
1.- Mirad
que os mando como ovejas entre lobos
(12
Jul 2013).
Corremos dos peligros según el parecer de la gente del país. El primero es que el hombre que nos conduce, después de haberle pagado, nos deje en cualquier isla desierta o nos eche al mar, con el fin de salvarse del gobernador de Cantón. El segundo es que si nos lleva a Cantón y llegamos estando presente el gobernador, éste nos dé malos tratos o nos meta en la cárcel, porque a lo que vamos es una cosa inaudita. Hay numerosos decretos que prohíben a cualquiera la entrada en la China y, sin la autorización del rey, a los extranjeros les está estrictamente prohibido penetrar en ella. Además de esos dos, hay muchos peligros y más grandes que ignoran la gente del país y que seria muy largo describirlos; sin embargo, no dejaré de citar algunos.
El primero es que perdamos la esperanza y la confianza en la misericordia de Dios. Sólo por su amor y en su servicio deseamos hacer conocer su ley y a Jesucristo, nuestro Redentor y Señor. Él lo sabe bien puesto que es él quién, en su santa misericordia nos ha comunicado estos deseos. Ahora bien, desconfiar de su misericordia y de su poder en medio de los peligros en los que nos podemos encontrar para su servicio es un peligro incomparablemente mayor que los males que nos pueden sobrevenir de los enemigos de Dios. Efectivamente, si lo pide el mayor servicio a él es él mismo quien nos guardará de todos los peligros de esta vida, y sin el permiso y la autorización de Dios, nada pueden hacernos los demonios y sus ministros.
2.- Sin mí no podéis hacer nada. (21 may 2014).
Que nadie alimente la ilusión de pensar que destacará en las cosas grandes, si no destaca en las cosas humildes. Creedme: hay una especie de fervores, y, por mejor decirlo tentaciones. Ciertamente para no renunciar a su voluntad haciendo lo que la obediencia les prescribe, desean hacer cosas más importantes, sin recordar que si no tienen virtud para las cosas pequeñas, menos tendrán para las grandes. En efecto, cuando se lanzan a las cosas grandes y difíciles, con poco sacrificio y fuerza de ánimo, reconocen su atracción por la tentación, cuando se encuentran sin fuerzas.
No os escribo estas cosas para impediros el ánimo a cosas muy altas, señalándoos por grandes siervos de Dios, dejando memoria de vosotros para que los que después de vuestros días vendrán; más dígolas a este fin solamente para que en las cosas pequeñas os mostréis grandes, aprovechándoos mucho en el conocimiento de las tentaciones en ver para cuánto sois, fortificándoos totalmente en Dios; y si en esto perseveráis, no dudo sino que creceréis siempre en humildad y espíritu, y haréis mucho fruto en las almas, yendo quietos y seguros dondequiera que fuerais.
3.-Proclamar el reino de Dios. (21 sep 2016)
Desde que he llegado aquí, no me he dado momento de reposo. Los niños no me dejaban recitar el Oficio divino ni comer ni descansar hasta que no les enseñaba alguna oración; entonces comencé a darme cuenta de que de ellos es el reino de los cielos. Por tanto, como no podía cristianamente negarme a tan piadosos deseos, comenzando por la profesión de fe en el padre, el Hijo y el Espíritu Santo, les enseñaba el Símbolo de los apóstoles y las oraciones del padrenuestro y el Avemaría. Advertí en ellos gran disposición, de tal manera que, si hubiera quien los instruyese en la doctrina cristiana, sin duda llegarían a ser unos excelentes cristianos.
Muchos en estos lugares no son cristianos simplemente porque no hay quien los haga tales. Muchas veces me vienen ganas de recorrer las universidades de Europa, principalmente la de París y ponerme a gritar por doquiera, como quien ha perdido el juicio, para impulsar a los que poseen más ciencia que caridad, con estas palabras: "¡Ay, cuantas almas, por vuestra desidia, quedan excluidas del cielo y se precipitan en el infierno!" Muchos de ellos se ejercitarían en escuchar la voz divina que habla en ellos y, dejando de lado sus ambiciones y negocios humanos, se dedicarían por entero a la voluntad de Dios, diciendo de corazón: "Señor, aquí me tienes; ¿qué quieres que haga? Envíame donde tú quieras, aunque sea hasta la India"
4.- Ser buen administrador de los dones de Dios. (10 nov 2017)
De estas regiones [India y Sri Lanka] no sé escribiros nada más si no es esto: son tan grandes las consolaciones comunicadas por Dios nuestro Señor a los que van por entre los paganos para convertirlos a la fe en Cristo, que si hay algún gozo en esta vida es este, ciertamente. A menudo me ocurre oír decir a alguno que está entre estos cristianos: "¡Señor, no me deis tantas consolaciones en esta vida! Pero, puesto que en vuestra bondad y misericordia infinitas me las dais, illevadme a vuestra santa gloria! ¡Tanta es la pena que se tiene de vivir sin veros, una vez que os habéis manifestado así a vuestra criatura!"
¡Si los que buscan conocerlo a través del saber en los estudios se esforzaran tanto para buscarlo en estas consolaciones del apostolado, no pararían día y noche buscando el saber! Si los gozos que busca un estudiante en lo que aprende, los buscara haciendo sentir a su prójimo lo que le es necesario preparado se encontraría para dar cuenta de sí mismo cuando Cristo volverá y le pidiera: "Dame cuenta de tu gestión". Acabo pidiendo a Dios nuestro Señor que nos reúna en su santa gloria. Y para obtenernos este beneficio, tomemos por intercesoras y abogadas todas las almas santas de las regiones en que me encuentro. A todas estas santas almas, les pido que obtengan de Dios nuestro Señor la gracia de sentir en lo íntimo de nuestras almas su santísima voluntad y cumplirla perfectamente.
5.- ¡Ay de mí si no anunciara la Buena Nueva. (05 oct 2019)
Desde que he llegado aquí, no me he dado momento de reposo: me he dedicado a recorrer las aldeas, a bautizar a los niños que no habían recibido aún este sacramento. De este modo, purifiqué a un número ingente de niños que, como suele decirse, no sabían distinguir su mano derecha de la izquierda. Los niños no me dejaban recitar el Oficio divino ni comer ni descansar, hasta que les enseñaba alguna oración; entonces comencé a darme cuenta de que de ellos es el reino de los cielos. Advertí en ellos gran disposición, de tal manera que, si hubiera quien los instruyese en la doctrina cristiana, sin duda llegarían a ser unos excelentes cristianos.
Muchos, en estos lugares, no son cristianos simplemente porque no hay quien los haga tales. Muchas veces me vienen ganas de recorrer las universidades de Europa, principalmente la de París, y de ponerme a gritar por doquiera: "¡Ay, cuántas almas, por vuestra desidia, quedan excluidas del cielo y se precipitan en el infierno!" Muchos de ellos se ejercitarían en escuchar la voz divina que habla en ellos y, dejando de lado sus ambiciones y negocios humanos, se dedicarían por entero a la voluntad y al arbitrio de Dios, diciendo de corazón: "Señor, aquí me tienes; ¿qué quieres que haga? Envíame donde tú quieras, aunque sea hasta la India"
6.- Un gran misionero, dispuesto a perder su vida. (21 feb 2020)
Este país es muy peligroso, porque sus habitantes, llenos de maldad, envenenan a menudo la comida y la bebida. Por esto no hay nadie que quiera ir allí para asistir a los cristianos. Tienen necesidad de instrucción espiritual y de alguien que los bautice para salvar su alma. Así que tengo la obligación de perder mi vida terrena para socorrer la vida espiritual del prójimo. Pongo mi esperanza y m i confianza en Dios, nuestro Señor, dichoso de poderme conformar, aunque pobremente, a las palabras de Cristo, nuestro Redentor: Quien quiera guardar su vida la perderá, pero quien la pierde por mí la guardará.
Aunque el sentido amplio de esta palabra del Señor sea fácil de comprender, cuando uno examina su caso personal y se dispone a perder su vida por Dios para recobrarla en él, se presentan a la imaginación los peligros. Todo se hace tan oscuro, que incluso el latín (del texto bíblico), tan claro por sí mismo, se oscurece también. En este caso, me parece, que llega a comprenderlo únicamente aquel a quien Dios, nuestro Señor, en su infinita misericordia se lo quiera revelar para su caso particular. Entonces, uno reconoce la condición de nuestra carne, cuán débil y frágiles.