PAPA PIO XII

01.09.2021

01.- Se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros. (26 feb 2014).

Si nuestro Salvador ha derramado su sangre, es con el fin de reconciliar con Dios en la cruz a todos los hombres, incluso aunque estén separados por la nación o la sangre, y reunirlos en un solo Cuerpo. El verdadero amor de la Iglesia exige, pues, no solamente que unos sean miembros de los otros en el mismo Cuerpo, llenos de mutua solicitud, miembros que deben alegrarse cuando otro miembro es honorado y sufrir con él cuando sufre; sino que exige también que sepamos reconocer en los demás hombres que todavía no están unidos a nosotros en el Cuerpo de la Iglesia a los hermanos de Cristo según la carne, llamados igual que nosotros a la misma salvación eterna.

Desgraciadamente, no falta gente, sobre todo hoy, que orgullosamente alaba la lucha, el odio y la envidia como medio para sublevar y exaltar la dignidad y la fuerza del hombre. Pero nosotros, que discernimos con dolor los lamentables frutos de esta doctrina, seguimos a nuestro Rey pacífico, que nos ha enseñado no sólo a amar a los que no pertenecen a la misma nación o tienen el mismo origen, sino incluso a amar a nuestros enemigos. Celebremos con san Pablo, el apóstol de las naciones, lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo del amor de Cristo; un amor que la diversidad de pueblos o de costumbres no pueden romper y que las guerras, hechas por una causa justa o injusta, no pueden disgregar.

02.- Dejadlos crecer juntos has la siega. (27 jul 2019).

La infinita misericordia de nuestro Salvador no rechaza ahora que se dé un lugar en su Cuerpo místico a aquellos que, en otro tiempo, no rechazó que participaran en su banquete. Porque toda falta, aunque sea un pecado grave, de sí no da como resultado -como el cisma, la herejía o la apostasía- separar al hombre del Cuerpo de la Iglesia. La vida no desaparece de aquellos que, habiendo perdido por el pecado la caridad y la gracia santificante, conservan, sin embargo, la fe y la esperanza cristianas y, a la luz de la gracia divina, bajo las inspiraciones interiores y el impulso del Santo Espíritu, son estimulados hacia un temor saludable y movidos por Dios a la oración y al arrepentimiento de sus faltas.

Que todos, pues, tengan horror al pecado que ensucia a los miembros místicos del Redentor, pero que el pecador caído y que, por su obstinación, no se ha vuelto indigno de la comunión de los fieles, sea acogido con mucho amor; que nadie, con ferviente caridad, no vea en él más que un miembro enfermo de Jesucristo. Porque, tal como señala san Agustín, es mejor "ser curado en el Cuerpo de la Iglesia que ser arrancado de este Cuerpo como miembro incurable... mientras el miembro está todavía ligado al cuerpo, no se puede desesperar de su salud; pero si es arrancado, ya no puede ni ser cuidado ni ser curado"

03.- Y el Verbo se hizo carne. (25 dic 2020).

Ya antes del principio del mundo, el Unigénito Hijo de Dios nos abrazó con su eterno e infinito conocimiento y con su amor perpetuo. Y para manifestársenos de un modo visible y verdaderamente admirable, unió a nuestra naturaleza en la unidad de su persona, haciendo de este modo -como advierte san Máximo de Turín con candorosa sencillez- que "en Cristo nos ame nuestra propia carne".

Este amoroso conocimiento, que desde el primer momento de su encarnación tuvo hacia nosotros el Redentor divino, sobrepasa el esfuerzo más ardiente de todo espíritu humano: en virtud de la visión beatífica de la cual gozaba ya, apenas concebido en el seno de su madre divina, tenía siempre y continuamente presentes a todos los miembros de su Cuerpo místico y los abrazaba con su amor salvífico. En el pesebre, en la cruz, en la gloria eterna del Padre, Cristo conoce y mantiene unidos a sí a todos los miembros de la Iglesia de una manera infinitamente más clara y con mucho más amor que una madre conoce y ama al hijo que lleva en su seno, que cualquiera se conoce y ama a sí mismo.

04.- Estoy con vosotros hasta el fin del mundo. (30 mayo 2021).

Cristo, nuestro abogado, está sentado a la derecha del Padre. En medio de nosotros ya no es visible en su naturaleza humana, pero se dignó quedarse con nosotros hasta el fin de los siglos, invisible bajo las apariencias de pan y de vino en el sacramento de su amor. Es el gran misterio de un Dios presente y escondido, de ese Dios que un día vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos Hacia ese gran día de Dios avanza la humanidad entera de los siglos pasados, del presente y del porvenir. Hacia ese día avanza la Iglesia, maestra para todas las naciones de la fe y de la moral, bautizando en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Y nosotros, así como creemos en el Padre, creador del cielo y de la tierra, en el Hijo, redentor del género humano, igualmente creemos en el Espíritu Santo.

El es el Espíritu que precede del Padre y del Hijo, de su amor consubstancial, prometido y enviado por Cristo a los apóstoles el día de Pentecostés, virtud que viene de arriba y que los llena. Es el Paráclito y el Consolador que mora con ellos por siempre, quien les enseña y recuerda todo lo que Jesús les dijo. Que se muestre al pueblo cristiano el poder divino e infinito de este Espíritu creador, don del Altísimo, dador de todo carisma espiritual, consolador, luz de los corazones, que en nuestras almas lava lo que está sucio, riega lo que es árido, sana lo que está herido.

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