LUIS BOUYER

31.08.2021

1.- Complementariedad entre el hombre y la mujer. (05 dic 2015).

La religión de la Biblia, el judaísmo después, y más claramente aún el cristianismo en su conjunto, aun no habiendo sido las únicas tradiciones de la humanidad antigua en que haya sido proclamada, mantenida, defendida la radical igualdad entre hombre y mujer, ante todo en el plano religioso, pero igualmente en el plano total de la existencia creada, constituyen incontestablemente la tradición más firme y más clara en este punto. Y si al fin esto parece hoy cosa evidente, ningún historiador serio se atreverá jamás a negar que fue el resultado de la predicación cristiana, preparada por todo el judaísmo y toda la Biblia en la que tal predicación se apoya.

Es cierto que no es menos esencial al cristianismo, igual que a toda la tradición bíblica, el sostener que la mujer, para ser igual al hombre, no ha de dejar por ello de ser diferente de él. Dicho de otra forma, esta igualdad no es la de una pura y simple identidad, sino la de una complementariedad positiva y fecunda. Lo que motiva la exclusiva atribución del ministerio sacerdotal al hombre, al varón, es precisamente la salvaguardia de una necesaria complementariedad, sin la cual la pretendida igualdad de la mujer no sería más que una reducción a la nada de su originalidad e identidad propias.

2.- La intercesión, ministerio de la mujer. (23 ene 2016)

El ministerio de los apóstoles y de sus sucesores es un ministerio de representación: enviados de la Palabra, llevan con ellos en la predicación u permanente actualidad; en la celebración sacramental prolongan su actualización inmediata hasta nosotros y como consecuencia de ello, aunque sean simples corderos en el rebaño del pastor eterno, en él ejercen, en su nombre, la función pastoral que sigue perteneciéndoles.

El ministerio, o más bien los ministerios, de la mujer, igual que el de la Virgen, son esencialmente ministerios de intercesión, en el más amplio y más profundo sentido. Es decir, que es a ellas a las que les corresponde

impulsarnos a la recepción del don de Dios, no sólo por medio d la contemplación amante del ministerio que los apóstoles y sus sucesores, igual que a nosotros, les entregan a ellas, sino igualmente por su asimilación a través de una fe viva que se pone en práctica por medio de la caridad.

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