HANS URS VON BALTHASAR

31.08.2021

1.- Una palabra que salva (03 dic 2013).

La oración es un diálogo que lleva la iniciativa la palabra de dios y en el que previamente sólo podemos ser oyentes. Lo decisivo es que escuchemos la palabra de Dios y encontremos en ella la respuesta a Dios. Su palabra es la verdad, que nos ha sido revelada, mientras que en el hombre no hay ninguna verdad última, incuestionable; esto lo sabe el hombre, que mira pensativo a Dios y se desnuda ante él. La palabra de Dios nos invita a comulgar juntos en la verdad.

La palabra de Dios es una escala arrojada desde lo alto de la borda para que nosotros, como náufragos a punto de ahogarnos, subamos a la nave salvadora. Es la alfombra que a nuestros pies se despliega para llevarnos al trono del Padre. Es la lámpara que brilla en la oscuridad del mundo que calla y recusa la respuesta, y a cuyo resplandor e amansan mortificaciones enigmas y consiguen nuestra aquiescencia. La palabra de Dios es, finalmente, Dios mismo, lo más vivo, lo más entrañable de su ser: su Hijo unigénito, de la misma naturaleza que él, enviado al mundo por él para redimirlo. Y así nos lo dice desde el cielo, dirigiéndose a la Palabra, que mora en la tierra: Éste es mi Hijo amado, ¡escuchadle!

2.- La respuesta única a todas las preguntas, una respuesta que llena el corazón. (11 ene 2014).

La vida nos agobia, añoramos cansados un remanso de silencio, de quietud, de autenticidad, de alivio. Nos gustaría recrearnos en Dios, dejamos caer en sus brazos, para recuperar nuevas fuerzas y continuar viviendo. Pero no lo buscamos donde él nos espera, donde lo tenemos a nuestro alcance: en su Hijo, que es su Palabra.

Buscamos a Dios porque nos gustaría hacerle mil preguntas, sin cuya solución creemos imposible continuar viviendo; le abrumamos con problemas, exigimos informaciones, claves, facilidades y olvidamos que su Palabra ha resuelto todas las cuestiones, ha dado toda información, ha dicho cuanto en esta vida podemos nosotros comprender. No atendemos a lo que Dios habla, ni miramos allí donde la Palabra de Dios se ha revelado tan singular y definitivamente en el mundo que basta para todos los tiempos y nunca podrá agotarse.

Pensamos que hace tanto tiempo que se proclamó la Palabra de Dios en la tierra que está gastada, que hace falta una nueva, que tenemos derecho a exigir otra. Y no nos percatamos de que somos nosotros los gastados, los alejados, mientras que la Palabra perdura con la misma vida y con la misma lozanía primordial para nosotros como para los de antes y después. Cerca de ti está la Palabra: en tu boca y en tu corazón.

3.- El arte de contemplar se aprende con la Iglesia. (14 jun 2014).

Ciertamente no exige la Iglesia de todo principiante en la contemplación que desde los comienzos posea el arte de meditar con tamaña maestría eclesial. Deja a cada cual, por ejemplo, en los años de noviciado y de formación, tiempo de aprendizaje y de asimilación. Pero también en estos años exige un control de la meditación de cada cual: si aprovecha el tiempo, si presta atención, si tiene la necesaria amplitud de espíritu, la correcta actitud de oración, el contacto auténtico con la palabra divina, la suficiente profundidad de adoración, la suficiente fineza del sentido eclesial. Y el orante, en lo que respecta, tiene que abrir su contemplación al control maternal de la Iglesia: bajo la mirada de la Iglesia ha de contemplar para mejor aprender a ver con sus propios ojos.

Todos los contemplativos deben ajustarse a esta conducta, no sólo los religiosos y los sacerdotes. A cualquiera le acecha el peligro de no desarrollarse desde el comienzo de una manera suficiente o de quedarse escuchimizado con los años e incurrir en una rutina tranquilizante y paralizante.

4.- Rezar siempre con una sonrisa. (28 jul 2014).

Hay un camino lento y silencioso de la vida cotidiana, el "caminito" que recorrió santa Teresita de Lisieux. Su característica es la sonrisa, o sea, el amor aportado por el orante. Estar siempre dispuesto a corresponder a la Palabra de Dios, haga frío interior o haya fatiga. Prestarle a la palabra de Dios el mismo interés, la misma atención, la misma alegría, se exponga como se exponga. No hacer de los acontecimientos subjetivos ingredientes objetivos de la oración. Completar ese gozo que hoy nos ha resultado subjetivamente insuficiente con las provisiones de la fe y del gozo divino y eclesial; porque poco interesa de dónde viene este gozo, y no merece ser introducido en la conversación con Dios, lo mismo que al huésped le resulta insignificante dónde ha comprado el ama de casa los alimentos servidos.

Tal es la sonrisa de Teresita: algo muy próximo a las buenas maneras, a la buena educación de antaño y que quizá hoy debiera adquirir mayor relieve en la doctrina eclesial por la simple razón de que parece perderse en la convivencia humana.

5.- El amor como participación en la vida Trinitaria. (04 nov 2014).

El amor busca también reposo y permanencia. De aquí el consejo de no buscar con inquietud, no estar siempre a la caza de nuevos pensamientos y nuevas ideas, como si la contemplación fuera acumular materiales o un inventario completo de cosas, en vez de atender amorosamente a la dimensión profunda de cada uno de los aspectos que se le ofrecen al contemplativo. Desde cada palabra de la Escritura se pasa de inmediato y en vertical a las profundidades de Dios, a las profundidades de la plenitud y de la unidad, donde todas las palabras y aspectos exteriormente dispersos se encuentran conjuntados. Él, el hijo del Padre, es esta plenitud. Él es el Pan de vida que nuestra alma hambrea y del que no puede pasar yendo en busca de otro pan ilusorio de satisfacción espiritual. En él debe encontrar su conformidad y cuanto necesita. Desde luego, todo esto ha de ocurrir en la Verdad, de suerte que el orante descanse no en sus propios sentimientos, sino realmente en el Señor; no en un par de ideíllas, que casualmente se le han ocurrido y reflejan su autocomplacencia, sino en la sublime y siempre mayor Verdad del Señor. Si tiene amor, lo alcanzará y por el ejercicio llegará a alcanzarlo, porque a amar se aprende amando.

6.- El amor trae un conocimiento sapiencial. (22 abr 2015).

El misterio del amor es que, si él mismo carece de fundamento. Fundamenta todo lo demás. A su luz invisible, todo lo demás resulta patente y comprensible. Se hace, con la palabra del Antiguo Testamento, sapiencial. Nada en la tierra ni en el cielo podrí ser conocido si Dios no hubiese dado la sabiduría y no le hubiese enviado de lo alto su Espíritu Santo. En tu luz vemos la luz.

El amor no es, por consiguiente, irracional, pues es la fuente de toda racionalidad. Pero si la ciencia se funda a la postre en la sabiduría, ésta se funda en el amor. Por eso se puede decir con la teología espiritual de la Edad Media, apoyándose en Gregorio Magno: "Por medio del amor llegamos al conocimiento". En efecto, el amor mismo es conocimiento. El amor tiene su evidencia última en sí mismo, de la que deriva toda evidencia científica.

7.- El poder transformador de los santos. (11 may 2015).

El compromiso de los santos se escapa a cualquier estadística: en cuanto compromiso en la pura acción, en la noche de la cruz, en el sufrimiento oculto, puede ser mucho más fructífero de lo que se comprueba visiblemente y de lo que después puede históricamente comprobarse. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. El reino de Dios viene sin dejarse sentir. Forma parte de la impotencia de los cristianos el no poder situar, exigir, imponer intramundanamente el acontecimiento escatológico que anuncian. Ellos han visto su gloria, pero ¿qué pueden mostrar? Anuncian, incluso prometen, la cosa más grande, pero son pobres y pequeños; por eso aparecen como ridículos, despreciables, odiosos.

Tienen que contentarse con testimoniar, más allá dl poder y de la impotencia, la presencia de la realidad última, el amor de Dios en Jesucristo. Esto exige el amor fraterno activo como expresión de su amor reconocido a Dios. El amor fraterno construye el reino, es ya secretamente el reino. Pero no somos nosotros los que lo construimos, sino que está presente en nosotros y a través de nosotros. El encarnizado e interminable esfuerzo del mundo para interpretar su presencia como un pasado hace tiempo liquidado para transformar su acontecimiento en una habladuría y disolver la estructura unitaria del evangelio en fragmentos arqueológicos, para desgastar psicológicamente a los cristianos y minarlos espiritualmente (más que atizar su espiritualidad con cárceles y torturas): este esfuerzo, que crece cada vez más, demuestra la fuerza de su presencia.

8.- Contemplar es atisbar la Verdad de Dios. (26 ago 2015).

El objeto de la contemplación es Dios. Escuchamos la Palabra de Dios sólo porque es Palabra de Dios. Meditamos la vida de Jesús sólo porque es la vida del Hijo de Dios. Buscamos algo en la historia sagrada: la creación y su lenguaje, los profetas del Antiguo Testamento, los apóstoles y la Iglesia, sus santos y sus oraciones, sus doctrinas y sacramentos, sólo porque a través de todo ello nos viene la salvación de Dios. No podemos contemplar a Dios sino por estos rodeos que nos lo revelan, por los que él mismo se nos revela y sale al encuentro.

Nunca, ni siquiera en la "visión abierta" de la eternidad, contemplaremos a Dios si no es por esta manifestación libre suya, en cuanto que se da, sale de su ser y abismo infranqueable para venir a nosotros, y tiende un enorme puente sobre la sima infinita que de él nos separa. Porque la criatura podrá ser lo que sea, pero jamás será Dios: la diferencia penetra hasta las raíces de su existencia y esencia, y ésta es eterna. Y cuanto más se le acerca la criatura por su voluntad y por su conocimiento, tanto más hondo encuentra el abismo que la aleja de Aquel que lo es todo y no conoce distinción alguna ("Non-aliud").

HANS URS VON BALTHASAR
HANS URS VON BALTHASAR

9.- Amar a Dios es servir a sus criaturas. (14 dic 2015).

El amor cristiano lo ejerció el Señor de una manera activa, siendo sobre todo los discípulos sus beneficiarios y, como este amor que el Señor les brindó era pura humildad -ya se tratara de lavarles los pies o de instruirles o reprenderles-, recibirlo es la forma más idónea de aceptar su ejemplo de humildad. El Señor en sus instrucciones nos dice que el amor cristiano es también activo. El cristiano tiene que poner por obra el amor en toda ocasión: cuando ha faltado, debe ir donde su hermano antes de acudir a la oración y reconciliarse con él. El cristiano tiene que levantar al hermano herido y cuidarle: Ve y haz tú lo mismo, y practicar todas las obras de misericordia.

Este amor, que no espera órdenes, que está espontáneamente atento, procede de la verdad y es artífice de verdad a su alrededor. Todo amor cristiano establece la verdad entre dos o más hombres, y esta verdad es, en definitiva, Cristo, que está en medio de los reunidos en su nombre. El amor es aquí raíz, medio y meta de todos los sacramentos y de toda la doctrina eclesial en la verdad, porque los sacramentos y la doctrina significan, en realidad, la participación del hombre en el amor de Dios.

10.- El combate contra la mentira en Santa Teresa del Niño Jesús.

(23 sep 2016).

Teresa del Niño Jesús se asemeja a un hombre que combate con todas sus fuerzas contra algo de lo cual no vemos ni la figura exacta ni la peculiar agresividad. Sólo en los últimos años, cuando ella misma sabe que ha vencido, se revela, para con nosotros y quizá también para ella, la cara del adversario: su adversario fue la mentira. La mentira en todas las formas que puede adoptar en el cristianismo, de enmascarada inautenticidad, de semiautenticidad, de transición, aquella zona en que santidad y beatería, arte y ñoñez, verdadera impotencia y despreciable debilidad, vienen a formar una madeja inextricable. [...]

... su vida se convierte en batalla continua, que ella gusta de comparar frecuentemente con las batallas de su amiga Juana de Arco. Pero, aparte el proceso, la batalla de Teresa fue más difícil de dar que las de Juana con hierro palpable. Teresa lucha con la espada del espíritu contra la falta de espíritu, con la espada de verdad contra las filas impenetrables de la mentira que, inquietante e indiscernible, próxima e inmediatamente la cercan por todas partes. Con la impotencia de la tierna raicilla, pugna por abrirse paso a través de la dura roca y termina finalmente por resquebrajarla.

11.- La fuerza de la predicación. (28 oct 2016).

El predicador está "probado" cuando demuestra que Cristo está en él, y, dado que la comunidad exige esta prueba, él está en condiciones de darla: el misterio de la cruz, (la fuerza a través de la debilidad) no es algo exterior a él, sino que vive realmente en él. Ni Pablo ni Jesús conocen otra "forma" de predicación. Es justamente la forma de Cristo, que solo puede imprimirse en la predicación si antes ha dejado su impronta en la fe existencial del predicador. Una vez hecho esto, ya no hay peligro de que el predicador se predique a sí mismo. En el acto de la predicación es el "siervo de la palabra", que no es suya, sino de Dios, con la misma fuerza inmediata que poseía la revelación de Dios en Cristo. Por eso Pablo puede denominar la predicación apostólica como palabra de salvación, palabra de la gracia, palabra de vida, palabra de reconciliación; estos genitivos expresan algo más que una palabra "referente a" la salvación, la gracia, la vida, la reconciliación.

La palabra no es solo ni en primer lugar un relato histórico que habla de la reconciliación, de la salvación y de la gracia, como de cualquier otro acontecimiento histórico. ¡No! esta palabra engendra, crea y opera la "salvación", la "reconciliación"... Viviendo realmente como cristiano, el predicador en la palabra de Dios y en el hombre pecador y creyente, y justamente a través de este análisis deviene su predicación cristianamente creíble.

12.- El poder transformador de los santos. (29 abr 2017).

Del poder del Cristo victorioso se derivan, para sus discípulos, plenos poderes en relación con el reino: transmitir el mensaje, curar enfermedades y miserias, suscitar todos los signos de la realidad presente del amor divino. Estos poderes tienen siempre el carácter del don: la palabra tiene en sí la fuerza de mostrarse no como palabra humana, sino como lo que realmente es, palabra de Dios; los plenos poderes sacramentales transforman a los cristianos en cooperadores instrumentales del operador supremo que es Cristo. El instrumento es idóneo cuando no opone resistencia a aquel que obra. Aquí comienza la (en apariencia) doble dialéctica de la existencia cristiana. Ser permeable a Dios es lo contrario de pasividad inactiva; donde se inflama y arde el amor a Dios por el mundo, el cristiano, inflamándose y ardiendo, remite a esta cualidad del amor de Dios.

El cristiano debe tratar de realizar en sí y en los que le rodean, con dinamismo y con pasión, el reino que Dios quiere. Con este fin se muestran las imágenes de esos cristianos que, en sentido especial, llamamos "santos". Al mirarlas, se ve enseguida en qué consiste este compromiso de transmisión dinámica. Todos estos "santos" chocaron en su camino contra la inercia del mundo, en el mejor de los casos dejaron escapar algunas chispas de su fuego y encendieron algunos corazones; pero después todo acabó en algún calvario; un empleo más racional de los "santos" no acelerará la llegada del reino.

13.- ¡Qué ganancia y qué pérdida! (31 oct 2018).

La madurez del varón jamás podrá sustituir ni siquiera contener aquella visión del mundo que se abrió a la fresca mirada del niño: el mundo entonces esencialmente nuevo, inocente, paradisíaco, estaba lleno de prodigios sobrenaturales y naturales, todo resultaba posible, todo se encontraba cerca de Dios. La nostalgia de la niñez irrecuperable no es mero romanticismo, sino que puede estar también profundamente fundada en el cristianismo.

El milagro cristiano consiste, en efecto, en la recuperación de la duración temporal plena. El ingreso en la Iglesia por la puerta del bautismo es un entrar de nuevo en el Paraíso; este solo es accesible a los niños, por el "caminito" que nos permite "remontar" de nuevo la pendiente del tiempo perdido. Pero el hombre no es meramente niño. Viene luego la juventud con sus entusiasmos, sus miedos y sus desamparos, con la primera experiencia del abismo humano, con el patético instante en que se percibe y se comprende la vocación, instante en que se percibe y se comprende la vocación, instante en el que el hombre hace su elección de vida: ¡qué ganancia y qué pérdida! El elegir presupone libertad, pero también confianza, esperanza, entrega. Creer, esperar y amar son algo humano; y humano es asimismo darse plenamente en la madurez, sacrificarse por una tarea, encontrar el todo en la parte. Humanos, son la alegría y el riesgo de la responsabilidad; e incluso son humanos los amargos consuelos del fracaso, que demuestran al hombre que él no está al margen, sino que sigue siendo hombre con sus hermanos.  

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