GILBERT  KEITH  CHESTERTON

24.08.2021

1.- Contemplar a un niño. (22 jul 2015).

Dudo que alguien con un mínimo de ternura e imaginación pueda ver la mano de un niño sin quedarse un poco asustado. Es tremendo pensar en la esencial energía humana que mueve algo tan diminuto; es como imaginarse que la naturaleza humana podría vivir en el ala de una mariposa o en la hoja de un árbol. Al contemplar vidas humanas y, sin embargo, tan pequeñas, sentimos como si nosotros mismos nos hubiéramos inflado hasta alcanzar dimensiones vergonzosas. Sentimos el mismo tipo de obligación hacia esas criaturas que la que podría sentir una divinidad su hubiera creado algo que no pudiera entender.

Tal vez el aspecto chistoso de los niños es el vínculo más cariñoso y atractivo de todos los vínculos que mantienen junto al universo. La pesada dignidad de sus voluminosas cabezas es más enternecedora que cualquier medida de humildad; su solemnidad nos ofrece más esperanza por todas las cosas que mil carnavales de optimismo; sus ojos grandes y brillantes parecen contener en su admiración a todas las estrellas; la ausencia fascinadora de la nariz parece la insinuación más perfecta del humor que nos espera en el reino de los cielos.

2.- Contemplar a un niño. (18 ago 2018).

La rectitud esencial de nuestra actitud hacia los niños se encuentra en el hecho de que sentimos que tanto ellos como su modo de comportarse son sobrenaturales... La misma pequeñez de los niños hace posible que los miremos como si fueran prodigios maravillosos; nos da la impresión de que estamos tratando con una raza nueva que solo se puede ver con microscopio...

Al contemplar vidas tan humanas y, sin embargo, tan pequeñas, sentimos como si nosotros mismos nos hubiéramos inflado hasta alcanzar dimensiones vergonzosas. Sentimos el mismo tipo de obligación hacia esas criaturas que podría sentir una divinidad si hubiera creado algo que no podía entender. Tal vez el aspecto chistoso de los niños es el vínculo más cariñoso y atractivo de todos los vínculos que mantienen junto al universo. La pesada dignidad de sus voluminosas cabezas es más estremecedora que cualquier medida de humildad; su solemnidad nos ofrece más esperanza por todas las cosas que mil carnavales de optimismo; sus ojos grandes y brillantes parecen contener en su admiración a todas las estrellas; la ausencia fascinadora de la nariz parece darnos la insinuación más perfecta del humor que nos espera en el reino de los cielos.   

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