BEATA ISABEL DE LA TRINIDAD
Meditaciones.
1.- María permanecía sentada a los pies del Señor escuchando su palabra. (05 oct 2013).
Para que nada me saque de este hermoso silencio interior hay que guardar siempre las mismas condiciones, el mismo aislamiento, la misma separación el mismo despojo. Si mis deseos, mis temores, mis alegrías y mis dolores, si todos los movimientos provenientes de estas "cuatro pasiones" no están perfectamente ordenados a Dios, no seré un alma solitaria y habrá ruido en mí. Es necesario, pues, el sosiego, el "sueño de las potencias" la unidad del ser. Escucha, hija, mira, inclina el oído, olvida a tu pueblo y la casa paterna, y el Rey será cautivo de tu belleza. De todo, "olvida a tu pueblo" me parece que es más difícil, porque este pueblo es todo este mundo que por así decirlo, forma parte de nosotros mismos: la sensibilidad, los recuerdos, las impresiones. Pero cuando el alma ha hecho esta ruptura, cuando está libre de todo esto, el Rey será cautivo de su belleza.
El Creador, viendo el hermoso silencio que reina en su criatura, considerándola toda recogida en su unidad interior, la hace pasar a esta soledad inmensa, infinita, a este lugar espacioso cantando por el profeta y que no es otro que él mismo. La llevaré a la soledad y le hablaré al corazón. ¡He aquí a esta alma introducida en esa vasta soledad donde Dios se hará oír! Pero no basta con escuchar esta palabra, ¡hay que guardarla! Al que observa su palabra, ¿no le ha hecho él esta promesa: Mi padre lo amará y vendremos a él, y haremos morada en él? ¡Toda la Trinidad habita en el alma que ama de verdad, es decir, que la observa de verdad!
2.- María se puso en camino. (31 may 2014).
Me parece que la actitud de la Virgen durante los meses transcurridos entre la anunciación y el nacimiento es el modelo de las almas interiores, de esos seres que Dios ha escogido para vivir dentro de sí, en el fondo del abismo sin fondo. ¡Con qué paz, con qué recogimiento María se sometía y se prestaba a todas las cosas! ¡Cómo, aún las más vulgares, eran divinizadas por ella! Porque a través de todo la Virgen no dejaba de ser la adoradora del don de Dios. Esto no le impedía entregarse a las cosas de fuera cuando se trataba de ejercitar la caridad.
El Evangelio nos dice que María subió con toda diligencia a las montañas de Judea para ir a casa de su prima Isabel. Jamás la visión inefable que ella contemplaba en sí misma disminuyó su caridad exterior. Porque, como dice Ruysbroec, si la contemplación "tiende hacia la alabanza y a la eternidad de su Señor, posee la unidad y nunca la perderá. Si llega un mandato del cielo, ella se vuelve hacia los hombres, se compadece de todas las necesidades, se inclina hacia todas las miserias. Es necesario que ella llore y que fecunde. Alumbra como el fuego; como él, ella quema, absorbe y devora, elevando hacia el cielo lo que ha devorado. Y una vez que ha acabado su misión en la tierra, emprende nuevamente, ardiendo en su fuego, el camino de la altura".
3.- María conservaba todas estas cosas en su corazón y las meditaba. (05 jul 2014).
La Virgen conservaba todas estas cosas en su corazón: toda su historia puede resumirse en estas pocas palabras. Fue en su corazón donde ella vivió, y con tal profundidad que no la puede seguir ninguna mirada humana. Cuando leo en el evangelio que María corrió con toda diligencia a las montañas de Judea, para ir a cumplir su oficio de caridad con su prima Isabel, la veo caminar tan bella, tan serena, tan majestuosa, tan recogida dentro del Verbo de Dios. Como la de él, su oración fue siempre: Ecce, "¡heme aquí!" ¿Quién? La sierva del Señor, la última de sus criaturas. Ella, ¡su madre! Ella fue sincera en su humildad porque siempre estuvo olvidada, ignorante, libre de sí mismas. Por eso podía cantar: El Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas; desde ahora me llamarán feliz todas las generaciones.
Esta reina de las vírgenes es también reina de los mártires. Pero una vez más fue en su corazón donde la espada la traspasó, porque en ella todo se realiza por dentro. Qué hermoso es contemplarla durante su largo martirio, tan serena, envuelta en una especie de majestad que manifiesta juntamente la fortaleza y la dulzura. Había aprendido del Verbo mismo cómo deben sufrir aquellos a los que el Padre ha escogido como víctimas, aquellos a los que el Padre ha determinado asociar a la gran obra de la redención, aquellos a los que él ha conocido y predestinado a ser conformes a su Cristo, crucificado por amor. Ella está allí al pie de la cruz, de pie, llena de fortaleza y de valor.
4.- Los que estaban en la barca se postraron ante él. (04 ago 2015).
Y se postraban ante él, y le adoraban y arrojaban sus coronas delante del trono diciendo: Digno eres, Señor de recibir la gloria, el honor y el poder. ¿Cómo imitar en el cielo de mi alma esta acción permanente que los bienaventurados realizan en el cielo de la gloria? ¿Cómo realizar esa alabanza, esa continua adoración? San Pablo me descubre este misterio cuando escribe a sus discípulos de Éfeso: Que el Padre os conceda, por medio de su Espíritu, ser fortalecidos poderosamente en el hombre interior, de suerte que Jesucristo more por la fe en vuestros corazones, arraigados y fundados en la caridad.
Estar arraigado y fundado en el amor me parece que es la condición necesaria para cumplir dignamente el oficio de Laudem gloriae. El alma que penetra y mora en estas profundidades de Dios y todo lo realiza en él, con él, por él y para él, esa alma se arraiga más profundamente en aquel al que el ama a través de sus movimientos, aspiraciones y actos, por muy significantes que sean. Todo rinde en ella homenaje al Dios tres veces santo. El alma es, por así decirlo, un Sanctus eterno, una continua alabanza de gloria. Se prosternan, le adoran y arrojan sus coronas ante el trono. En primer lugar, el alma debe humillarse en el abismo de su nada. Es entonces cuando el alma podrá adorar.
5.- María, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra (04 oct 2016)
Vuestra fuerza está en el silencio. Mantener la fuerza en el Señor, es hacer la unidad en todo su ser a través del silencio interior, es recoger todas sus fuerzas para ocuparlas únicamente en el ejercicio de amar; es tener esa mirada simple que permite que la luz se derrame. Un alma que entra en discusión con su yo, que está ocupada en sus sensibilidades, que discurre pensamientos inútiles, un deseo sin importancia, esta alma dispersa sus fuerzas, no está del todo ordenada a Dios. Todavía hay en ella cosas demasiado humanas, hay una disonancia.
El alma que todavía guarda en su reino interior alguna cosa, que todas sus fuerzas no están "concentradas" en Dios, no puede ser una perfecta alabanza de gloria; no está en estado de cantar sin cesar el "cántico nuevo", el gran cántico del que habla san Pablo, porque la unidad todavía no reina en ella; y, en lugar de continuar su alabanza a través de todas las cosas con sencillez, precisa, sin cesar, reunir las cuerdas de su instrumento un poco desperdigadas por todos lados. ¡Qué indispensable es para el alma que quiere vivir ya aquí la vida de los bienaventurados, es decir, de los seres simples, de los espíritus, esta bella unidad interior! Me parece que el Maestro se refería a esta mirada cuando hablaba a María Magdalena de lo único necesario.