SAN ANASTASIO DE ANTIOQUIA
1.- El camino que conduce a Cristo a su
gloria. (06
mar 2014).
Mirad, estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del hombre va a ser entregado a los gentiles y a los sumos sacerdotes y a los escribas, para que lo azoten, se burlen de él y lo crucifiquen. Esto que decía Jesús estaba de acuerdo con las predicaciones de los profetas, que habían anunciado de antemano el final que debía tener en Jerusalén. Nosotros comprendemos también el motivo por el cual el Verbo de Dios, por lo demás impasible, quiso sufrir la pasión: porque era el único modo en que podía ser salvado el hombre. Cosas, todas estas, que sólo las conoce él y aquellos a quienes él se las revela; él, en efecto, conoce todo lo que se refiere al Padre de la misma manera que el Espíritu sondea la profundidad de los misterios divinos.
El Mesías, pues, tenía que padecer y su pasión era totalmente necesaria, como él mismo afirmó cuando calificó de hombres "sin inteligencia" y "cortos de entendimiento" a aquellos discípulos que ignoraban que el Mesías tenía que padecer para entrar en la gloria. Porque él, en verdad, vino para salvar a su pueblo, dejando aquella gloria que tenía junto al Padre antes que el mundo existiese. Y esta salvación es aquella perfección que tenía que obtenerse por medio de la pasión y ser atribuida al guía de nuestra salvación, como nos enseña la carta de san Pablo: Él es el guía de nuestra salvación, perfeccionado y consagrado con sufrimientos.
2.- Tu hijo está vivo. (07 mar 2016).
Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos. Pero, no obstante, Dios es Dios de muertos, sino de vivos. Los muertos, por tanto, que tienen como Señor al que volvió a la vida ya no están muertos, sino que viven, y la vida los penetra hasta tal punto que viven sin temer ya a la muerte. Como Cristo que, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, así ellos también, liberados de la corrupción, no conocerán ya la muerte y participarán de la resurrección de Cristo, como Cristo participó de nuestra muerte. Cristo, en efecto, no descendió a la tierra sino para destrozar las puertas de bronce y quebrar los cerrojos de hierro que, desde antiguo, aprisionaban al hombre, y para librar nuestras vidas de la corrupción y atraemos hacia sí, llevándonos de la esclavitud a la libertad.
Si este plan de salvación no lo contemplamos aún totalmente realizado -pues los hombres continúan muriendo, y sus cuerpos siguen corrompiéndose en los sepulcros-, que nadie vea en ello un obstáculo para la fe. Que piense más bien cómo hemos recibido ya las primicias de los bienes que hemos mencionado y cómo poseemos ya la prenda de nuestra ascensión a lo más alto de los cielos, pues estamos ya sentados en el trono de Dios, junto con aquel que, como afirma san Pablo, nos ha llevado consigo a las alturas; escuchad, si no, lo que dice el Apóstol: Nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él.
3.- No es Dios de muertos, sino de vivos (07 jun 2017).
Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos; Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Puesto que el Señor de muertos está vivo, los muertos ya no están muertos, sino vivos; la vida reina en ellos para que vivan y no teman ya la muerte, al igual que Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere más. Resucitados y librados de la corrupción, ya no verán más la muerte; participarán en la resurrección de Cristo tal como él mismo ha participado de su muerte. En efecto, si vino a la tierra, hasta entonces hecha prisión eterna, lo hizo para quebrar las puertas de bronce y romper los cerrojos de hierro, para sacar nuestra vida de la corrupción atrayéndola a sí, y darnos libertad allí donde había esclavitud.
Si este plan de salvación no está todavía plenamente realizado, porque los hombres siguen muriendo y sus cuerpos son corrompidos por la muerte, esto no debe ser motivo de increencia. Nosotros hemos recibido ya los primeros frutos de la promesa que se nos ha dado en la persona de aquel que es el primer nacido. Nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Alcanzaremos la plena realización de esta promesa cuando venga el tiempo fijado por el Padre, nos despojemos de la infancia y lleguemos al estado del hombre perfecto.
4.- No es Dios de muertos, sino de vivos (06 jun 2018).
Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere más. En efecto, si vino a la tierra, hasta entonces hecha prisión eterna, es para quebrar las puertas de bronce y romper los cerrojos de hierro, para sacar nuestra vida de la corrupción atrayéndola a él, y darnos libertad allí donde había esclavitud. Si este plan de salvación no está todavía plenamente realizado, porque los hombres siguen muriendo y sus cuerpos son disgregados por la muerte, esto no debe ser motivo de increencia. Nosotros hemos recibido ya los primeros frutos de la promesa que se nos ha dado en la persona de aquel que es el primer nacido: Nos ha resucitado con Cristo y nos ha sentado en el cielo con él.
Alcanzaremos la plena realización de esta promesa cuando venga el tiempo fijado por el Padre, cuando nos despojemos de la infancia y lleguemos al estado del hombre perfecto. Porque el Padre ha querido que permanezca firme el don que nos ha hecho; el apóstol Pablo lo declaró, porque sabía bien que esta verdad llegaría a todo el género humano por Cristo, quien transformará nuestros pobres cuerpos según la imagen de su cuerpo glorioso. Eso que Cristo ha realizado llevando al Padre su propia humanidad, prototipo de nuestra naturaleza, lo hará con toda la humanidad según su promesa: Cuando sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.
